Sus
influencias se experimentan a diario, muchas veces sin conciencia. La realidad
cultural del planeta globalizado que nos toca vivir (y del antiguo también) se
encuentra profundamente delimitada por esas “llaves” sociales llamadas
privilegios. En algunos casos, estos se acceden mediante el mérito adquirido en
un círculo; nuestros talentos sirven de beneficios espirituales o económicos
para terceros, son reconocidos como retribución y entonces se nos dibuja la
línea, altura y valor en una escala interpersonal. En otros, las reglas son más
tajantes y un paquete de habilidades no basta para hacerte valer porque la
marca del rechazo es tan evidente que te oprime de forma física, como si la
tuvieras tatuada en la piel.
Aun hoy día,
en estos tiempos de visibilidad y reivindicación de diversidades, los patrones
segregacionistas para con la población africana (y afrodescendiente) parecen
burlar la utopía inclusiva que disfraza marmolado el blanquísimo trono de los
medios de comunicación. Basta solo con observar la situación de brutalidad
policial con los vendedores senegaleses en la ciudad de Buenos Aires, o las
similares razones que causaron el movimiento Black Lives Matter que trajo foco
al racismo penitenciario estadounidense y su población mayoritariamente negra, o
bien la vigencia de la explotación minera por la demanda de coltán para
sustentar nuestros dispositivos electrónicos.
El debate filosófico
alrededor de la noción de raza y los separatismos que trae consigo es extenso.
La escritora Ytasha Womack, referente de un movimiento cultural inmenso,
rescata su abordaje de la raza como tecnología, cuyo mito ha sido construido al
servicio del colonialismo y la esclavitud. El movimiento del que hablo es el
denominado afrofuturismo y se
remonta a tiempos lejanos desde leyendas como Drexciya, una isla hundida
habitada por los hijos de las embarazadas africanas ahogadas durante el Pasaje
del medio, jazzistas como Sun Ra, que aseguraba no ser de la Tierra y brillaba
con su pionerismo intergaláctico, hasta sitios web africanos de ficción
especulativa que desmontan el canon blanco de la ciencia ficción imaginando
futuros alternativos donde el europeo nunca llegó y expropió. El término afrofuturismo tal y como lo conocemos
hoy no fue acuñado hasta 1993, año en que Mark Dery hizo público su ensayo
“Black To The Future”, remarcando el diseño blanco de la fantasía colectiva,
que es la misma sobre la que se establecen los cánones de belleza, ergo poder,
valor y consumo, siendo acá donde la realidad socioeconómica se vuelve
incontrovertible y donde los medios de comunicación tienen un papel
fundamental.
Las
agrupaciones Parliament-Funkadelic de George Clinton, las cuales tienen su
propia “funkología” de temáticas recurrentes. Se especula que el uso de
máscaras en el movimiento representa identidades líquidas enajenadas en este
planeta.
Sun Ra realizó además varias películas de temática afrofuturista.
Trailer de Space is the Place (1974).
La aparente
dilatación democrática con el fenómeno de internet (la cual parece estar
volviendo a encogerse, por cierto), trajo consigo una mayor visibilidad de
narrativas antes demasiado moderadas, siendo estas abordadas por sí mismas, esculpidas por sí mismas y a
disposición de “todo el mundo” para explorarlas. Ahora, el problema sigue
siendo el mismo. Para la gran mayoría, la agenda de consumo sigue estando
dictada por la hegemonía mediática, que con las nuevas generaciones abandonó la
televisión para infiltrarse en más estupideces como influencers o youtubers
como Yao Cabrera y Santiago Artemis que utilizan su espacio para perpetuar
separatismos socioeconómicos que se siguen instalando en las infancias y
juventudes de hoy y mañana.
Black Panther
y su planteamiento de la población completamente negra de Wakanda es un hito en
el cine mainstream reciente.
Siguiendo el
hilo de los influencers que mencioné y volviendo al tema central, no quiero
dejar de hablar del transfeminismo y
su lugar en este conglomerado inmenso que es el afrofuturismo. La relación del afrofeminismo
en materia tecnológica parte de las ficciones de Octavia Butler y su visión de
mujeres negras teniendo viajes temporales, abducciones extraterrestres
(¿metáfora de la expropiación colonial?) y experiencias de vida que exploran
ideas de autonomía, moral y control desde uno de los puntos de vista más
golpeados del escalafón social.
Las obras de Wangechi
Mutu exploran problemas de opresión de género (y sus cuerpos), medioambiente y
autopercepción.
Jojo Abot.
Viniendo un
poco más a este tiempo, y existiendo sitios web como la revista nigeriana de
ficción especulativa omenana.com y shortstorydayafrica.org, es importante
resaltar una vertiente en plena ebullición digital y que mucho promete: el transfuturismo. Este término trae
consigo el afrofuturismo y su
feminismo adaptados a la nueva ola de inconformismo ante el binarismo de
género, las experiencias de mujeres trans negras y la visión de un futuro queer
con mucho potencial de convertirse en presente si nos permitimos conocer más al
respecto y contribuimos a visibilizarlo (https://www.foodspark.org/ideabank/transfuturism). Es importante recordar que en el juego de poderes nuestro es el medio y si
lo utilizamos con conciencia de privilegios y sabiendo cuando pararse y cuando otorgar,
habrá un patriarca blanco, hetero y cis sometiéndose a un escáner de humanismo,
siendo desdibujada su verdad y acrecentada su soledad ante la coacción de las
masas y el triunfo de la justicia; ¿o es sólo otro planteamiento inalcanzable,
futurista?
El Dirty Computer de Janelle Monáe, una obra maestra queer.
El cortometraje keniano Pumzi,
que formó parte de la categoría Nuevo Cine Africano del Festival de Sundance.
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